¡Buenos días, amigxs! Hoy he salido. Ayer planeé subir a la sierra. Todos llegan tarde a casa así que tengo tiempo de sobra. Mi intención era pasear, leer, ver si quedaba alguna mora (allí que «hace más frío»), coger flor para secar o planta seca… En fin, dar una vuelta. Al final, no lo he hecho. ¿Por qué? La carretera no es muy ancha y, una vez empiezas a subir, hay un precipicio muy hermoso a la derecha que hace que tragues saliva varias veces mientras asciendes. Eso, me da miedo, pero es, creo, relativamente sencillo de superar. Lo que me lo «impide» es una especie de «incapacidad», otro tipo de miedo. Estoy decidida a subir y, cuando llega el momento, mi mente encuentra cualquier obstáculo, por tonto que sea, para no hacerlo: ver un video, hacer cosas de la casa, buscar algo que me falte… Porque perder tiempo hace que, al final, digas: «Se ha hecho muy tarde, ahora ya no vale la pena». ¿No os ha pasado? ¿Intentar hacer algo que no hacéis normalmente y encontrar mil excusas para no hacerlo? Así que, como lo veía venir y no quería sentirme una m***** por haber quedado conmigo misma en que lo haría y, al final, acabar quedándome en casa, he decidido dar un paso al frente, aunque no subiese a la sierra. He cogido todo lo que me había preparado la noche anterior, me he metido en el coche y me he ido al monte a recoger plantas como tenía previsto. Después, me he acercado hasta la casita de mis padres y me he sentado aquí, donde estoy ahora, a escribir este artículo.

Cada vez que mis pies se frenan, según qué dirección quiera tomar yo, me enfurezco porque vencer esa reticencia me resulta duro. Una vez en el coche, ha sido mucho más fácil llegar hasta aquí, pero para salir de casa he tenido que hacer un esfuerzo.

No sé vosotros, pero casi todo lo que es bueno para mí en algún sentido (salir a andar, hacer yoga, no comer tal cosa o comer tal otra…) me cuesta un mundo. Entiendo que estoy acostumbrada a hacer una serie de rutinas y que, algunas de ellas, no son ideales y también que eliminar esos malos hábitos no es fácil etc. Pero ¿por qué me cuesta tanto? Parte de la respuesta la tenéis en un artículo que escribí para mi blog «el agujero del topo» (si no lo has leído y quieres hacerlo, puedes pinchar aquí), pero no podemos quedarnos con que, claro, como es difícil y el cerebro reptiliano manda mucho, pues qué le vamos a hacer. No. Para eso están la disciplina, la voluntad y las ganas de cambiar (que son muchas, a pesar de que en la balanza casi siempre pese más la comodidad, el lugar conocido y seguro). Así que os animo a que cojáis el coche y lleguéis a alguna parte cerca de vuestra casa (o lejos si os animáis) que no sea habitual en vuestra rutina, que vayáis a trabajar por una ruta distinta, que probéis otro café. Muchos pasos pequeños cubren también un gran recorrido y, para llegar a la meta, solo hay que empezar dando uno.

¡Nos vemos!